|  |  | CELEBRACIÓN DE LA VOZ HUMANA 
 Tenían las manos atadas, o esposadas, y sin embargo los dedos danzaban,
						volaban, dibujaban palabras. Los presos estaban encapuchados; pero inclinándose
						alcanzaban a ver algo, alguito, por abajo. Aunque hablar estaba prohibido, ellos
						conversaban con las manos.
 
 Pinio Ungerfeld me enseñó el alfabeto de los dedos, que en prisión
						aprendió sin profesor: - Algunos teníamos mala letra - me dijo - Otros
						eran unos artistas de la caligrafía.
 
 La dictadura uruguaya quería que cada uno fuera nada más que uno, que
						cada uno fuese nadie: en cárceles y en cuarteles, y en todo el país,
						la comunicación era delito.
 Algunos presos pasaron más de diez años enterrados en solitarios calabozos
						del tamaño da un ataúd, sin escuchar más voces que el estrépito
						de las rejas o los pasos de las botas por los corredores. Fernández Huídobro
						y Mauricio Rosencof, condenados a esa soledad, se salvaron porque pudieron hablarse,
						con golpecitos, a través de la pared. Así se contaban sueños
						y recuerdos, amores y desamores; discutían, se abrazaban, se peleaban; compartían
						certezas y bellezas y también compartían dudas y culpas y preguntas
						de esas que no tienen respuesta.
 
 Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la voz humana no hay
						quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por las manos o por los ojos, o por
						los poros, o por donde sea. Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás,
						alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada.
 Eduardo Galeano: El libro de los abrazos
 
 La mayoría de la gente se enferma de no saber decir lo que ve o lo que
						piensa.
 Fernando Pessoa: Libro del desasosiego
 
 La fábula, fábula porque intenta enseñarnos algo, pero no porque
						no sea real, de Eduardo Galeano, intenta hacernos ver cómo sólo el
						diálogo y la comunicación con los demás nos salvan de situaciones
						que nos arrebatan nuestra condición de personas por el capricho de unos cuantos
						salvadores de patrias. "A la voz humana no hay quien la pare". Esto debería
						ser una verdad incuestionable. Pero lamentablemente nuestra voz es frenada demasiadas
						veces por circunstancias que no podemos o no somos capaces de controlar.
 
 Lo que nunca debería parar nuestra voz, nuestra necesidad de "decir a
						los demás algo que merezca ser celebrado o perdonado" es la ausencia
						de palabras. Eso, como dice Pessoa, nos puede hacer enfermar. Las cosas y, sobre
						todo los sentimientos, solo se entienden cuando se convierten en palabras, cuando
						somos capaces de verbalizarlas, por muy inefables que a veces parezcan.
 
 De ahí la necesidad que todos tenemos, si queremos ser cada vez más
						personas y conocernos un poquito más, de dominar nuestra lengua - el mejor
						instrumento para acercarse al mundo y tratar de comprenderlo - de disponer de palabras,
						herramienta con la que estudiamos, herimos, consolamos, ligamos, mentimos y hasta
						nos enredamos en discusiones sin fin.
 
 Por ello, un diccionario es quizá un instrumento necesario, al que de vez
						en cuando deberíamos acercarnos, como de vez en cuando nos tomamos un postre
						después de una suculenta comida. Pero debemos acercarnos a él por propia
						iniciativa, con la firme voluntad de encontrar en él algo más que un
						montón de palabras muertas. No es un cementerio de palabras; estas toman vida
						cuando nosotros las comprendemos, las aprehendemos y las hacemos nuestras cuando
						con ellas nos comunicamos con los que antes que nosotros las usaron y pretendieron
						enseñarnos algo, o ya fueron capaces de expresar lo mismo que nosotros podemos
						sentir en un momento determinado o con los que ahora nos acompañan en el difícil
						camino de vivir, de crecer y de aprender. El diccionario es el hilo que nos ayuda
						a caminar por el laberinto del lenguaje y que nos ayuda a encontrar la salida en
						ese momento en que nos estamos perdiendo o enfermando porque no sabemos decir lo
						que vemos, lo que pensamos o lo que sentimos.
 
 Desafortunadamente, no son "buenos tiempos para la lengua" que cada vez
						se va empobreciendo más, se va consumiendo poco a poco; parece que unas cuantas
						palabras bastan: flipamos con lo que nos gusta y con lo que nos horroriza, o son
						guay una película y un chico que, aunque acabamos de conocer, nos ha acelerado
						el palpitar de nuestro corazón; economizamos palabras porque por encima de
						nuestro deseo de expresar los matices de nuestros sentimientos, están las
						maquinitas, cada vez más pequeñas, que nos mandan cuántas palabras
						podemos usar.
 
 El diccionario, al contrario que estas máquinas, es grande y pesado porque
						cuantas más palabras tengamos más nos ayudará, de la misma manera
						que cuanta más ropa tengamos en nuestro armario, mejor sabremos combinarla
						y más podremos adecuarla al lugar donde nos encontremos. ¿Por qué
						llevar siempre la misma ropa si tengo mucha más?
 
 Por todo ello, y pensando en ti, un grupo de profesores, de esos pesados extraterrestres
						que cada día te aburren en clase y tratan de hacerte un poquito más
						persona, nos hemos liado la manta a la cabeza y hemos decidido "hacer un diccionario",
						sí, uno más de los muchos que existen. Pero este está hecho
						con la intención, que no sabemos si se habrá conseguido o no, de que
						ese caminar por las palabras que muchos diccionarios a veces convierten en un laberinto
						de siglas, sinónimos e ir de una a otra, sea más fácil, más
						cómodo y, sobre todo más útil. Para que sepas de verdad lo que
						hay detrás de cada palabra, para que aprendas a usarlas y a comunicarte con
						ellas y no solo a copiarlas cuando te piden que la consultes. Y como también
						sabemos que el ordenador es más atractivo, más cómodo y menos
						pesado, también lo encontrarás ahí, en tu ordenador.
 
 Esperamos que en algún momento seas capaz de apreciar el lenguaje, que te
						ayude a amar, a defenderte, a convencer y a que la palabra sea capaz de evitar situaciones
						como la que se describe en la fábula inicial, porque a veces, como a estos
						presos del odio y de la intolerancia "solo nos queda la palabra".
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